Cuando todo queda en casa

| 22 SEPTIEMBRE 2015

El código ético de las grandes corporaciones empresariales siempre ha sido una línea roja muy fina que pocos se han atrevido a traspasar. Ahí se incluyen, entre otros puntos calientes, la relación laboral con compañías de familiares o cómo se actúa cuando uno recibe un regalo por parte de un proveedor, por ejemplo.

Como todos sabéis, en nuestro querido negocio publicitario se mueve mucha pasta, y no siempre toda acaba donde debería. ¿A qué me refiero? Pues lo digo. Me refiero a todos esos directivos de agencia que han mangoneado a sus anchas (algunos ya no están) convirtiendo a sus familiares y amigos en proveedores. Caterings y/o eventos encargados a la mujer de un cliente o carísimas producciones publicitarias son solo algunos ejemplos de estos trapicheos.

No hablo de oído, lo he visto con estos ojitos que se comerán los gusanos. No creo que esto sea algo generalizado, ni que todos los barcos tengan capitanes piratas, pero “haberlos haylos”. No se dan cuentan de que la mierda siempre flota y que, antes o después, todo se acaba sabiendo.

Su filosofía podría ser llenemos la buchaca mientras estemos en la butaca (exijo el copyright). Después de lo que hemos visto en este país algunos son un poco temerarios. El problema es que han perdido la sensibilidad y son incapaces de frenar una maquinaria que les expulsará del sistema.

Pero ojo, que esto no ocurre solo en agencias sino también en clientes, cuando no es un compadreo entre ambos claro. Ahí la pesca suele ser tan abundante como peligrosa. Porque lo de “ojos que no ven…” es una huida hacia delante, hacia un cortado sin salida.

Cuidado porque las auditorías –cuando tampoco están en el ajo claro- pueden hurgar en este tipo de heridas, y sé de buena tinta que los financieros de los grupos internacionales están cada vez más activos.

Espero que estos toques de atención sirvan para despertar conciencias, básicamente la de aquellos que siguen sin enterarse de que la fiesta se terminó en 2007.

Los que aún siguen con lo del “todo queda en casa” que vayan preparándose para el día que alguien decida tirar de la manta. Porque el problema es que las alfombras no lo aguantan todo. En absoluto.