Del Moët al menú

| 26 ENERO 2016 | ACTUALIZADO: 26 ENERO 2016 11:44

“Cuánto marisco hay que tomar para traer unos garbanzos a casa”. Así se despachaba conmigo irónicamente un conocido exdirectivo de la publicidad española hace unos quince años. La afirmación no hacía más que reflejar la vida en un mercado publicitario opulento, una burbuja de un inmenso tamaño que algún día explotaría.

Y es que las agencias han vivido durante muchos como el rey desnudo, con joyas ajenas. Os recomiendo releer el cuento que hizo famoso el danés Hans Christian Andersen, allá por el año de 1837 y que lleva por titulo «El traje nuevo del emperador».

En un entorno donde volaban los sobres por debajo de la mesa y los apaños, daba igual tres que tres mil. Todo con la aquiescencia de los clientes, claro. No sé cuántos directores de Marketing se mantuvieron firmes e insobornables en aquellos años. Posiblemente los que lo hicieron fueron expulsados del “sistema”.

Recuerdo cómo, entre risas, algunos brindábamos en Cannes con Moët Chandon y saboreábamos marisco y caviar en la terraza del Hotel Carlton. Ahí descubrí que hay un caviar procedente de Irán, de un extraño pez esturión belga iraní de 70 años que nada en el Mar Caspio, que está considerado el mejor caviar del planeta. Está compuesto por huevas de color gris y del tamaño de una garbanzo (los que mi amigo dice que llevaba a su casa). Su precio es de aproximadamente 25.000 dólares el kilo.

Era una especie de huida loca hacia delante. Nadie pensaba que la fiesta fuera a terminar ni que alguien apagaría la música. Hasta que llegó el fatídico 2007 y todo se fue al carajo. Pero lo que pareció un repentino tsunami en realidad era una ola que llevaba tiempo acercándose a la orilla.

A algunos no nos dio tiempo ni a coger la ropa. Otros huyeron con lo puesto. Y la mayoría pereció ahogada. Algunos de estos luego han resurgido montando chiringuitos creativos, pero otros tuvieron que reciclarse para poder comer de “menú”. Ironías de la vida.

Cuento esto porque algunos aún piensan que estos once años de crisis sólo ha sido una mala racha. Pero la enseñanza, queridos colegas, es otra. Nuestro negocio se mueve en el filo de la navaja y sin ética, sin transparencia, está abocado a la corrupción sí o sí. Y esto es justo lo que ya acabó (y acabará si no cambia) con una gallina exhausta que ya no pone huevos de oro. Nos conformamos con que sean “ecológicos”.