Nicolás Hollander: Unas flores

| 11 SEPTIEMBRE 2015 | ACTUALIZADO: 12 SEPTIEMBRE 2018 16:06

Unos días después de abrir mi actual agencia, La Résistance, salí a comprar unas flores. Esa mañana iba a venir un cliente a vernos. De pronto, mientras volvía a la agencia con el ramo en la mano, pensé que ése era el primer gran cambio en mi nueva vida.

Durante más de treinta años había trabajado en grandes multinacionales y nunca había bajado, ni una sola vez, a comprar un ramo de flores. No por nada. Supongo que porque había secretarias que se encargaban de eso. Y porque mi trabajo era otro. Bueno, tampoco recuerdo muchas flores en ninguna de esas agencias. El caso es que las compré y fue una sensación como agradable aunque no sabría decir muy bien por qué. Significaba algo.

Desde entonces he comprado flores cada semana.

Yo lo llamo ilusión.

Un proyecto propio implica perder cosas, es verdad. Yo perdí , por ejemplo, mi plaza de garage, un bonus y el seguro dental. Pero gané muchas otras. Y no hablo de independencia o libertades… no, yo siempre las tuve. Es más bien un tema de poder volver al origen mismo de mi trabajo; pensar. Eliminar de pronto comités, reuniones internas, los problemas de no sé quién, revisiones, la presión de internacional… y tener a cambio solo un despacho, un bolígrafo, un grupo pequeño de gente inteligente alrededor y todo el tiempo del mundo para hacer mi verdadero trabajo.

A veces pienso qué es lo que recuerdo con más cariño de toda mi vida profesional. Y siempre pienso en pequeño. Sí, no son las grandes reuniones ni los comités en las salas grandes de cualquier agencia en la que haya estado. No son las grandes fiestas ni las entregas de premios. Recuerdo, yo diría que con devoción, espacios pequeños. Un despacho minúsculo que tuve en Lintas donde me quedaba hasta las mil. La intimidad del ascensor al salir de una reunión mientras nos bajaba al mundo real y en el que hacíamos conjeturas absurdas sobre cómo había ido. Comer en un despacho una pizza a medias cuando ya no quedaba nadie en la agencia. Ver con un par de personas el Shots, discutir durante horas una frase o un concepto. Da igual qué agencia haya sido o con quién haya trabajado. Pero no, en mi lista de mejores recuerdos de las agencias no hay casi nunca mucha gente. Hay personas sueltas, conversaciones largas: Félix, Gregorio, Andrés, Pedro, Rafa, Chiqui, Belén… Pero siempre en pequeño. Puede ser un problema mío de carácter -lo dirá mucha gente- pero tiendo a pensar que las ideas siempre surgen de los grupos pequeños. Y no hablo solo de publicidad. Jobs decía «si quieres perder el tiempo, dale una idea a un grupo grande de personas». Por eso creo tanto en que una agencia pequeña es hoy la alternativa real a las grandes multinacionales.

Trabajar en equipo es maravilloso pero yo creo en los equipos de un puñado de gente. Creo en las piñas. En gente afín que cuando trabaja para que se le ocurra algo no piensa en el logotipo de la entrada, ni en las corporaciones, ni en los accionistas de Wall Street. Piensa solo en sí mismo; en demostrarse que puede; que es capaz.
Eso, que es el corazón de una agencia se puede tener en una unidad más pequeña.
No hay nada como rodearse de gente con talento, eliminar lo que sobra y hacer que el trabajo creativo ocupe todo el tiempo. No me parece que haya nada más ilusionante ni mejor para hacer buena publicidad.