Juan Mas: El discurso de Pedro (o cómo recoger una calabaza)

| 2 MARZO 2016 | ACTUALIZADO: 29 MARZO 2017 10:43

La primavera echa a andar con una desgana de stripper o de miss de provincias (o de ambas: con frecuencia, entre una y otra sólo hay una diferencia de años). Tiene, la primavera, un no sé qué de misteriosa desesperanza, o siempre me lo pareció. Trae inesperadas hechuras de otoño, como se sorprenden en la adolescente hechuras de la mujer madura que será; es un fulgor que conoce su derrota de antemano. En fin. Ayer, como sintonizando con este spleen meteorológico, Sánchez se presentó adornado con los claveles de una retórica que se iba marchitando apenas florecer. Como discurso de investidura, de su intervención sólo cabe decir lo ya sabido: que había fracasado aun antes de escribirse. Como divertimento, y aun recurriendo a grandes dosis de indulgencia, es inevitable señalar que la tarde ofrecía alternativas de ocio más halagüeñas. Sánchez nos hizo recorrer un laberinto dialéctico estéril, tras cuyos requiebros nos asaltaban, a cada paso, los ecos más huecos del zapaterismo.

«Sánchez se presentó adornado con los claveles de una retórica que se iba marchitando apenas florecer».

Un discurso de tales características no es algo, en realidad, para cuya producción tenga un socialista que emplear grandes esfuerzos: es lo que su boca irá diciendo sola, si deja la mente en piloto automático; lo que escupirán las impresoras de Ferraz si se las pone a funcionar en modo test. Sólo había que recoger unos cuantos de esos folios y acudir con ellos bajo el brazo a San Jerónimo, dispuesto a leerlos. Economizó energía, pero no le culparemos por ello. Total, se presentaba en el Congreso como los concursantes de Casados a primera vista: por probar. Y sabiendo que al pie del altar, en lugar de una complaciente choni vestida de Pronovias, le esperaba Pablo Iglesias, destilando ironía de un pH tan ácido como solo el despecho puede incubar. No se puede exigir a un pretendiente que ponga pasión al asunto si sabe que, al hincar rodilla, le caerá una inexorable calabaza. Pedro ofreció a Podemos unas croquetas de último recurso con los restos del cocido de Albert, pero ni toda la imaginación culinaria del mundo hubiera evitado que Errejón torciera el gesto, como un niño ahíto y consentido.

Sí cabe, empero, ponderar el discurso de ayer como trámite, que es la única perspectiva desde la que puede ofrecer algún valor. Sanchez pulsó ayer la palanca del segundero, y actuó como resorte necesario del sistema: esto ya es más de lo que puede decir un Rajoy que no se avino a prestar ese servicio. Se pone fin así al angustioso suspenso del tiempo parlamentario, y la agonía cesará cuando lo marque el plazo legal. Salvo intervención divina, en junio.

Hasta entonces, la luz seminal, indecisa, se irá dislocando sobre el gris un poco más cada mañana; e irá avanzando entre los catafalcos del invierno hasta acabar con su vigencia. Y puede que se nos llegue a olvidar, durante unos instantes de luminosa locura, que navegamos hacia el inevitable sumidero de la derrota.