Ignacio Peyró: The Spectator: conservador o muy conservador

| 18 ABRIL 2016 | ACTUALIZADO: 29 MARZO 2017 10:42

spectator1En el otoño de 1984, los conservadores británicos celebraban su party anual en la ciudad portuaria de Brighton, y el IRA quiso mancharla en sangre con un severísimo bombazo. Los terroristas erraron parcialmente el tiro: Margaret Thatcher –su pieza de caza- no murió, aunque sí murieron otros conservadores de nota. En cuanto al hotel, el magnífico y vetusto Gran Hotel, apenas acusó el impacto. En su pieza editorial sobre el atentado, el Spectator aprovechó para, entre otras cosas, ponderar la resistencia del viejo edificio como un homenaje a los valores victorianos. Valga la anécdota para decir que el Spectator podrá gustar mucho o gustar poco, pero si se publica desde 1828 es por no haber mantenido más debate interno que el de ser conservador o muy conservador.

No menos típico –y no menos idealista- es su prejuicio antimoderno, deliciosamente arrogante, contra la inclusión en su paginado de todo aquello que sea cultura popular, que se asimile a la cultura pop. Para hacerse una idea, baste pensar con que el ajedrez queda fuera, aunque los toros sí tendrán cabida: como orgulloso taurine correspondent ha figurado nada menos que el gran Tristan Garel-Jones. El Spectator también ha sido célebre como banquillo de futuros ministros, y por acoger al quién es quién de la Inglaterra que escribe, de Evelyn Waugh a Graham Greene, de Auberon Waugh a Philip Larkin, y de Jeffrey Bernard a Taki Theodoracopulos e incluso el traidor de los traidores entre los Cinco de Cambridge, Kim Philby. Este último por error, naturalmente.

Como si uno analizara la deriva histórica de un viejo château bordelés, al Spectator se le pueden citar décadas gloriosas. Una de las últimas tal vez corresponda a la dirección de Boris Johnson. Con todo, su caudillaje intelectual nunca se ha hecho más presente que en los primerísimos ochenta, cuando sirvió de amparo y de lanzadera para lo que Andrew Marr llama el periodismo intelectual: en esencia, coger promesas del eje de Oxbridge y convertirlas en media dons.

El Spectator se hizo así santo y seña de esos Young Fogeys que amaban lo que amaba y odiaban todo lo que odiaba la revista: entre los amores, la arquitectura de las viejas rectorías, la mermelada de siempre, el inglés del Prayer book, el tweed, la caza, la poesía con rima o por lo menos con sentido, Wodehouse y Trollope. Entre los odios, todo lo que va la música disco al cristianismo social, del psicoanálisis a los años sesenta, del arte abstracto a los parquímetros o ese hormigón sólo capaz de degradarse, no de envejecer.