In&out del verano

| 30 JUNIO 2015 | ACTUALIZADO: 30 JULIO 2015 10:45

In&out del verano (in honorem V. P.)

Están out el pez mantequilla, los cocineros con pinta de guarros, ser alcalde y fingir ir en patinete, la máquina de borrar tuits, tener cuarenta años e ir “con los chavales” a tajarse en sanfermines, pasarse con las mancuernas, beber sin saber beber, ese tatu en el sacro que fue una buena idea allá por 2006. Hay que decir un gran “no” a los taxistas que ahorran en climatización, a la politología friqui, a llevártela a Toledo si en realidad no buscas nada, a decir que la novela ha muerto porque llevas años sin leer una novela. Están desfasados Jeff Koons, los chester color amarillo pollito, decir que “yo viví la movida”, el “ruedita”, los emprendedores del género picaresco, añorar a Mourinho, tomar a las estrellas del porno por maestras de filosofía. Descrédito total a las chucherías como derecho inalienable de la infancia, a las copas con jardín botánico incluido y al plasta que te asesta en una cena todo lo que sabe sobre Ucrania.

Lo más in son los amigos del colegio, el “deshacer enviar”, Montesquieu, saber que tus padres tenían razón, calvear con dignidad, ser muy partidario del melón, echar de menos a Carlos Herrera, el siempre bendito señor Carrier, las noches en vela junto a Chateaubriand, ponerse ñoño escuchando a Julio Iglesias, Gregorio Luri y las gentes que no mandan whatsapps a las cuatro de la mañana. Triunfa el ir sin calcetines, el solitario de Castelgandolfo, el panamá que cogiste del armario del abuelo, Poussin y Garcilaso, tu física y tu química, recuperarse de la tercera angina de pecho en un salón de la Gran Peña, los autónomos que no se quejan y los whiskies más bien evanescentes. Un gran sí a la expresión “más bonito que un San Luis”, a ir de flor en flor con los jereces y a confesar que hay cosas de las que no tienes ni papa.

Mucho más gazpacho

El gazpacho fue “comida de segadores y de gente grosera”, pero en el gran buffet de la vida contemporánea ya lo hay de fresas, de cerezas, de tomates verdes, de sandía y de melón. Hay versiones ampulosas que dan en llevar ahí un par de gambas repeladas o un medallón de bogavante: se trata de adiciones que aportan mucho, más que nada a la caja del local y al carácter impresionable de las gentes. Sí, han pasado no pocas cosas desde que Covarrubias –etimólogo fantástico- definiera el gazpacho como “cierto género de migas que se hace con pan tostado y azeite y vinagre, y algunas otras cosas que les mezclan”. Ha pasado, por ejemplo, que al gazpacho le añadimos tomate, aunque para traerse una ramita hubo que conquistar un continente. Incluso lo hemos aligerado de ajo eterno. Por supuesto, siempre habrá bizantinismos y debate en torno al salmorejo y al gazpacho, pero lo importante es que las sopas frías están ahí para poner un tónico a las pasiones políticas tan calientes del verano.

Waka waka, eh, eh

En un delicioso opúsculo de la posguerra, el presbítero Carlos Salicrú Puigvert se pregunta: “¿Es lícito bailar?”, materia a la que dedica largas páginas de casuística e intríngulis morales y un subtítulo de primera: “cuestiones candentes de moralidad pública”. Salicrú murió sin conocer el reggaeton y, a juzgar por el contenido de su libro, tal vez no lo hubiera juzgado edificante. Por supuesto, la pregunta de su título es retórica, en tanto que los enemigos del alma –según recuerda- “no son el mundo, el diablo y el mazapán”, sino “el mundo, el diablo y la carne”, por lo que, a excepción de algunos aeróbicos y castos bailes regionales, la danza parecería convocar a un cierto descontrol de los espíritus y a extensiones inauditas de las manos. Como fuere, el mundo es hoy un lugar menos compuesto y este verano nos esperan los bailes de mil y una bodas: ahí estarán el padrino al que le faltan un par de vértebras para acometer el vals con garantías, y esos grupos de entusiastas que han sabido coreografiar todo lo que va del venado al gorila y del chiki-chiki al waka-waka. Es el género musical de la pachanga, tan vecino al de la canción –hoy en declive- del verano. Que al menos un disc-jockey misericordioso nos ponga Sapore di Sale tras La Bomba. Aunque sólo sea para tener “un gosto un po’ amaro di cose perdute”.