Los Everly Brothers, o morir de amor como Dios manda

| 25 MAYO 2015 | ACTUALIZADO: 30 JULIO 2015 10:55

Ahora su música sirve para vender salvaslips o pizzas congeladas, pero los Everly Brothers siguen siendo un estándar de la ñoñería y –ante todo- una de esas viejas castañas perfectamente audibles. El mérito de sus canciones de amor está en que el amor se parecía mucho a sus canciones: alguno los encontrará ligeros por comparación con Kierkegaard, pero el amor tiene muchas acepciones y los Everly Brothers supieron dar la más azucarada. Por lo demás, a Kierkegaard no lo podían tararear –el tarareo es una gran pasión humana- ni los daneses.

Bye, bye, love: murió uno de los miembros del dueto, y uno imagina que el otro quedó para lucir dentadura postiza en la hora triste de los casinos de Las Vegas o en la tercera boda de un empresario chatarrero que allá en su juventud soñó ser rockabilly. Su melosidad –hoy como ayer- es fulminante. Ahora aguardan su resurrección, aunque sea una resurrección por la vía “camp”: al fin y al cabo, Susie sigue prefiriendo a Johnny, y siempre hay uno que se queda “llorando bajo la lluvia”, calados los mocasines cincuenteros. El tema es eterno. A modo de reparación, un beso era una apoteosis.

Hoy que la idea de amor remite al atletismo sexual, los Everly Brothers animan aún a languidecer clásicamente, entre nubes de algodón de azúcar y luces de una feria que acabará con un corazón roto y un muchacho que, en plena desesperación, se acuesta sin quitarse la gomina del tupé. Al final, uno pone su ‘cd’ en el coche y el viaje es una incursión por la sentimentalidad más llorosa y más gozosa, terreno habitualmente vetado por la hijoputez del mundo. Diversos críticos señalan que ya no hay poesía de amor, en tanto que en América salen libros en defensa de la vieja ceguera del romance. Por suerte, ahí están los Everly Brothers para morir de amor como Dios manda.