Rosa, rosae: el latín y las clemencias de la vida

| 18 MAYO 2015 | ACTUALIZADO: 30 JULIO 2015 10:57

El latín fue lengua de fama viril y belicosa pero siempre se comenzaba a revelar por su flanco más dulce: por la declinación de rosa y por la conjugación de amar. Reivindicar hoy el latín puede ser una pasión tan inútil como postular el regreso de los pantalones bombachos o hacerse miembro de la liga de la castidad, pero si hoy un socorrista sabe más que Hipócrates, el latín nos ponía en pie de igualdad –de humildad- con europeos de todo tiempo, de los monjes culones de la Edad Media a aquella gloria que fue Jovellanos. La civilización es una continuidad y por eso eran importantes aquellos coros escolares que se daban a la recitación del rosa, rosae, aunque tras los ventanales de la clase el mundo tentara con los mismos gozos que cantaron Virgilio, Ovidio o Catulo.

El tiempo que todo lo engulle también engulló a aquellos viejos profesores de latín que llevaban gafas sucias y trajes color caca y que, sin embargo, podían permitirse uno de los mayores placeres de la vida: ser alguien pintoresco, ornamental, inútil, válido tan sólo para decirle al ignaro que las comas no se ponen para salpimentar el texto o que Venus no sólo es nombre de un club de carretera. A buen seguro, su relación con el mundo era armónica: el mundo los despreciaba tanto como ellos despreciaban horacianamente al mundo. Con Hazlitt, venían a mostrar que hay una dimensión distinta a la sumisión fatal a los poderes del día. Dicho de otro modo, en una época que ofrece como modelo de vida a David Bisbal, cuando el arquetipo de la felicidad es una monitora de crossfit, la única dignidad posible es declararse derrotado.

¿Qué nos queda del latín? Es difícil saberlo, pero al acordarse de los poetas de Roma en un huerto, o a la sombra de un árbol, o al ver las plácidas ovejas o mordisquear las opimas uvas de un racimo, el culturalismo está ausente, y sólo restan el sueño y la dulzura, un espacio para las clemencias de la vida.¿Qué nos queda del latín? Tal vez una noción de la belleza, la esperanza de que esa belleza aliente el pensamiento. Y un hilo de piedad en la memoria.