David Álvaro Garcia: Lobby al lobby: cómo el lobby le ganó la partida al propio lobby
El reciente cambio en la definición de la palabra “lobby” en el diccionario de la lengua española, editado y elaborado por la Real Academia Española, constituye todo un ejemplo del desempeño explicativo del propio lobby.
No se trata únicamente de un ajuste semántico, sino que conforma todo un hito para el sector del lobby y los asuntos públicos.
Lobby sobre el lobby. Podría parecer una redundancia tautológica o una suerte de pleonasmo reiterativo pero nada más lejos de la realidad. El cambio descriptivo de este concepto no solo conforma un ejercicio evolutivo y de maduración de una profesión consolidada y en plena expansión, sino también una muestra de las capacidades de incidencia de toda una práctica basada en la estrategia, la táctica y la planificación.
Un ejercicio paradigmático en el que entran en juego habilidades innatas a cualquier lobista como el diagnostico situacional, la detección de los stakeholders objetivos, el análisis de escenarios, la investigación comparada, el diseño de estrategias de incidencia, el relacionamiento multinivel, la construcción de alianzas, la articulación de mensajes y argumentarios adaptativos, la obtención de inteligencia preventiva o el posicionamiento de demandas insatisfechas.
Todas estas destrezas y técnicas correctamente aplicadas permiten maximizar las opciones de éxito a la hora de lograr transformar no solo percepciones, sino también las bases lingüísticas y culturales que sustentan esas percepciones.
En estos años hemos sido varios los profesionales del sector del lobby y los asuntos públicos los que hemos aportado infinidad de informes, tanto académicos como sociales como demoscópicos, que hemos expuesto el estudio pormenorizado y comparativo del resto de sociedades occidentales, que hemos interlocutado con la RAE y con diferentes actores reputados y experimentados que avalaban el cambio, que hemos trasladado las inquietudes y preocupaciones de todo un sector profesional por dignificar, tecnificar y competenciar lo que la cultura popular había inculcado en el imaginario colectivo por medio de simplistas arquetipos e irreales caricaturas.
Históricamente, el término «lobby» ha cargado sobre sus espaldas con el pesado lastre de las constantes connotaciones negativas, asociándose con prácticas opacas o con intereses espurios.
Sin embargo, esta visión obsoleta ignora la realidad del lobby contemporáneo: una actividad profesional, ética y estructurada que busca la confluencia entre intereses legítimos y los responsables de la toma de decisiones.
Cambiar esta narrativa en el diccionario era un desafío enorme, pero también necesario para legitimar un sector que trabaja por la transparencia y la calidad democrática.
Más allá de su impacto práctico, anecdótico para algunos y trascendental para otros, logra cuestionar y reformular las bases de cómo se perciben las actividades de representación de intereses en las sociedades modernas.
«Cambiar esta narrativa en el diccionario era un desafío enorme, pero también necesario para legitimar un sector que trabaja por la transparencia y la calidad democrática».
Este cambio en el diccionario no solo beneficia a quienes ejercemos el lobby, sino también a la democracia misma, ya que refuerza la idea de que todos los actores, sean ciudadanos, empresas o colectivos y con independencia de sus propias capacidades, tienen derecho a participar en la construcción de políticas públicas.
En conclusión, el sector del lobby ha dado un paso clave en su madurez profesional. El cambio de definición en el diccionario no es un punto de llegada, sino un punto de partida para seguir construyendo una narrativa que priorice la ética, la transparencia y el impacto positivo.
Queda todavía por alcanzar la tan demandada regulación a nivel nacional del sector que posibilite, por medio de un ejercicio pedagógico y didáctico, exponer las diferencias antagónicas entre la noción de conseguidor y lobista, al tiempo que dote de normas claras e iguales para todos los que nos dedicamos a la noble, constructiva y productiva profesionalización del sector.
Sin embargo, con este cambio, si algo ha quedado claro, es que las palabras importan, y la forma en que las usamos puede transformar realidades.
David Álvaro García es director general adjunto de ACENTO Public Affairs.