Aurora García: Soy una mala persona

| 14 DICIEMBRE 2018

Qué tiempos aquellos en los que solo teníamos que ver a aquel chavalillo que volvía a su casa del pueblo por Navidad y le daba un alegrón a su madre o adivinar qué estrella internacional sería protagonista del anuncio de las burbujas doradas de cada año. Y qué puedo decir de la inocencia de mi infancia, mientras un grupo de muñecas se dirigían, en blanco y negro, al portal de Belén.

La vida era tan sencilla entonces…

Navidad es una época que se asocia con ilusión, amor, amistad, familia. Con emociones, a fin de cuentas. Las marcas y las agencias hace tiempo que nos dimos cuenta de que aludir a esas emociones es una tecla que funciona en publicidad y se han empeñado en identificar esos insights en los que la mayoría nos reconocemos, para exaltarlos y envolverlos en un bonito envoltorio con lazo de nudo en la garganta, a veces sonrisas y hasta alguna lágrima.

Nuestras pantallas se llenaron de piezas de maravillosa factura. Pelis preciosas -y largas- que poco a poco se fueron haciendo más complejas (transmedia), más emotivas y todavía más largas. Nos deslumbramos unos a otros en la profesión y nos concedimos premios en los festivales.

Esto no solo pasa en Navidad, claro. Pero estos días se prestan tanto a ello…

Las marcas y compañías encuentran hoy un extraordinario campo de cultivo para sus mensajes. Vivimos en la era del propósito y hasta del activismo corporativo y de marca. Algunos audaces toman postura ante los temas que interesan a la sociedad y a los ciudadanos que son sus potenciales consumidores. Si no, no son relevantes. Esa es la otra gran palabra de la comunicación del S.XXI. Si no tienes relevancia para tus audiencias, “estás muerto”. Las marcas no son ajenas -ni deben serlo- a los problemas sociales, ni a los debates que nos inquietan y nos preocupan, ni a lo que los increíbles cambios que se nos vienen encima, cada vez más rápido, suponen en nuestras vidas y en el planeta. Tener una postura es un acto de valentía y hay quien está dispuesto a asumir el riesgo.Y es justo en este momento cuando me quito el calzado profesional y me meto en mis zapatos de consumidora. Y también cuando empiezo a hacerme preguntas. Muchas.

«En los últimos tiempos, a marcas y agencias se nos está yendo de las manos la comunicación navideña (y la de otras épocas del año, aunque quizá sea menos evidente)».

Porque creo que, en los últimos tiempos, a marcas y agencias se nos está yendo de las manos la comunicación navideña (y la de otras épocas del año, aunque quizá sea menos evidente) y algunos han traspasado la línea de la comunicación, la inspiración y la emoción para colocarse en una posición de ¿predicador? ¿consejero? ¿maestro? ¿psicólogo?

Esto es precisamente lo que, ante algunas campañas de 2018, me hace preguntarme, por ejemplo:

¿Soy una mala madre, que no juega con sus hijos? ¿Una mala hija? ¿Una persona horrible que ignora a su familia y a sus amigos?

¿Soy estúpida e incapaz de darme cuenta de que desperdicio mi tiempo y mi vida en una pantalla, olvidando “lo realmente importante”?

¿Son la tecnología, los Smart phones y las tabletas la encarnación del Mal y la droga de nuestros días y de nuestros jóvenes?

Y también me digo:

¿Por qué nos regañan esas marcas?

¿ Es esto activismo? ¿Sobre qué toman partido? ¿Qué aportan? ¿Qué riesgos asumen?

¿Esta publicidad las hace relevantes socialmente? ¿Por qué? ¿Para qué?

¿Se habrán cuestionado algo de esto los equipos creativos y estratégicos de algunas de estas campañas?

Estas y otras preguntas que, por otra parte, parece que nos han surgido a más de uno. En estos días, he tenido varias conversaciones -y hasta discusiones- sobre el tema con compañeros, amigos y familiares, en un debate apasionado, sano y enriquecedor.

Hay quien defiende que es importante que caigamos en la cuenta de “lo que está pasando” y que está muy bien que nos lo hagan ver, que solo apelan a nuestras conciencias y hacen de Pepito Grillo. Otros pensamos que tal vez no son las marcas y las compañías, desde su publicidad navideña, las que tienen que llamarnos la atención sobre asuntos tan íntimos, sin proponer más al respecto que la difusión de esos bonitos videos que corren como la pólvora por nuestros grupos de WhatsApp.