Grandes retos de la Ética Empresarial

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Con excepciones, la crisis que nos subyuga sin descanso desde 2008 ha forzado a las empresas a adaptar sus estructuras de costes, centrando esfuerzos en su core business, pues si gravosa es ya la aventura de sobrevivir, más aún lo es la de atender compromisos prescindibles con unos recursos inexistentes. Esta downsizing strategy se ha llevado por delante departamentos enteros de RSC y ha supuesto el destierro de la ética al campo de la conciencia moral individual o, cuando menos, su dormición hasta que el retorno a la prosperidad nos permita de nuevo ciertas liberalidades.

Los cánones empresariales nos enseñan que si algo es prescindible alguna vez, debemos prescindir de ello siempre, ya que sólo lo necesario coadyuva a la eficiencia. Por consiguiente, es preciso aprovechar estos tiempos difíciles para cuestionar la razón de ser y la utilidad de la ética. En primer lugar cabe preguntarse: ¿Podemos hablar, siendo rigurosos, de ética de la empresa? Lo cierto es que para un buen número de directivos, la ética no es más que un complemento exógeno que hunde sus raíces en el remordimiento o en la bonhomía pero que casa mal, a todas luces, con el sentido original de los negocios. Se trata de comportamientos nobles que quedan al albur de la virtud moral del directivo de marras o, eventualmente, de los beneficios fiscales que acarree. Lo resume con acierto Javier Gomá a propósito de la ley de mecenazgo: muchos dicen ‘mecenazgo’ pero en el fondo quieren decir ‘desgravación fiscal’. Ya sea para desgravar o para tranquilizar conciencias, la ética empresarial a menudo se interpreta como un apéndice incómodo, máxime en períodos de escasez.

Y es que cuesta parir una ética que resista los latigazos de la coyuntura en un sistema económico concebido como una máquina automática perfecta que, como los enanos en el lecho de Procusto, se presta al estiramiento infinito. Si no importa que una cosa sea fin o medio, todo termina siendo fin y medio al mismo tiempo  y, en consecuencia, nada es medio ni nada es fin. La ética, ontológicamente finalista, sólo puede predicarse de sistemas donde se distinguen, de manera intencional, medios y fines y donde los sujetos son capaces de sacrificar la urgencia inmediata por bienes remotos. Por lo tanto, muchos profesores de diferentes escuelas de negocios reivindican hoy una relectura ab initio de las organizaciones a fin de construir una ética finalista –perdón por el pleonasmo– y ajena a los vaivenes cíclicos. Según José Antonio Marina, el fin incluye los medios con los que se pretende llegar a ese fin. Separar los medios y los fines es un logicismo que no encaja con el comportamiento real del ser humano. Es la más detestable de las falacias: la que deja en la ignorancia ciertas cosas para poder aprovechar la situación sin remordimientos. Se llama mala fe. Tratemos de encontrar, pues, un fin universal -¿El bien común, tal vez?- y así nos será más fácil filtrar los medios a través del tamiz de la ética empresarial.

Por otra parte, son multitud quienes sugieren que no hay mejor argumento en defensa de la ética de los negocios que el análisis del valor que ésta aporta a las empresas. Lo bueno, si rentable, dos veces bueno. En este sentido, destacan las aportaciones de la Red Española del Pacto Mundial de las Naciones Unidas, que aspira a conseguir un acuerdo universal de valores y principios compartidos para darle un rostro humano al mercado mundial. En su reciente informe titulado “El valor de compartir principios” (Informe sobre la experiencia de los firmantes del Pacto Mundial en España en materia de Responsabilidad Social y los Diez Principios), esta asociación aduce que la mayoría de sus 2.500 entidades firmantes considera que la ética empresarial les ha granjeado indiscutibles mejoras económicas y relacionales. Las grandes empresas, pioneras en este campo, van más allá y aseguran que han visto crecer el porcentaje de cláusulas con contenido ético en los contratos habida cuenta de los beneficios obtenidos, también económicos.

En resumen, la ética empresarial se enfrenta hoy a dos retos cruciales: primeramente, a una reformulación teórica, definitoria y definitiva, que la dote de la consistencia y la autonomía suficientes para justificar su existencia; y, en segundo lugar, al reto de dar a conocer la rentabilidad de las prácticas éticas incluso en tiempos de crisis.

Autor: @aortizpizarro.

Vía: Red Pacto Mundial España.

Imagen: ontinet.com.