Luis Martín: Nos cierran el bar
Pocas cosas generan reacciones más vehementes que el cierre de un centro de encuentro social tan universal como un bar. Estos días Elon Musk se ha convertido en el nuevo dueño de uno de los más grandes del mundo, y lo primero que ha hecho ha sido echar a casi todo el personal y advertir a los parroquianos “de toda la vida” que se acabó lo de pedirse un café a primera hora y quedarse todo el día ocupando una mesa de tertulia.
Musk ha entrado en Twitter como Chicote en un capítulo duro de Pesadilla en la Cocina. No le ha hecho falta probar la comida -de hecho ya se sabía la carta de memoria- para echar a todos los cocineros, jefes de sala y camareros y decidir que, en este caso no vale con limpiar a fondo, pintar las paredes y cambiar la decoración con algo más moderno. El dueño de Tesla está convencido de que hay que echar abajo el local entero para salvar el negocio.
«El dueño de Tesla está convencido de que hay que echar abajo el local entero para salvar el negocio».
Es cierto que no tiene todavía claro hacia dónde va a ir la reforma, y esto ha provocado que la reacción de los habituales del local haya sido todavía más virulenta y muchos de ellos hayan amenazado con irse a otro lugar. El problema es que no hay muchos bares que ofrezcan lo que ofrecía Twitter, y ahí ya les han dejado claro que las reglas de etiqueta han cambiado. El patrón se muestra firme en su intención de acabar con los trolls, las cuentas falsas, las fake news y las suspensiones arbitrarias de cuentas entre otros males endémicos de esta red.
Alternativas como Mastodon, una red social descentralizada de código abierto creada en 2016, no convencen porque es confusa y a nadie le apetece acabar bebiendo solo en un bar con el barman como única audiencia. Este es precisamente uno de los mayores miedos de todos aquellos que habían convertido Twitter en parte intrínseca de su identidad. De los que pensaban que todo lo que ocurría en esos hilos interminables y acalorados debates con personas anónimas se podía extrapolar a vida real o, lo que es peor, que habían convertido esas conversaciones de barra de bar en su única fuente de conocimiento para informarse de lo que ocurría en el mundo.
Nadie tiene idea de en qué se va a convertir Twitter y quizá menos que nadie el propio Musk ya que, como él mismo ha reconocido, se va a dedicar a refundar esta red para conseguir que sea un negocio rentable mediante la cuestionable técnica del ensayo y error. Ya hemos visto las primeras consecuencias con el anuncio y posterior retirada del servicio de pago por verificación debido a la avalancha de impostores y la confusión en torno a la concesión de las cuentas oficiales.
«Nadie tiene idea de en qué se va a convertir Twitter y quizá menos que nadie el propio Musk».
Musk ya ha demostrado sobradamente en sus anteriores aventuras empresariales que se sabe mover en ese ambiente incierto y convertirlo en un éxito, pero esta vez el tiempo corre en su contra y el margen de error es muy pequeño. Esta incertidumbre es peligrosa y puede provocar que la paciencia de los parroquianos y, sobre todo, de las empresas de cuya publicidad depende su subsistencia se agote. Mientras tanto pasen que al fondo hay sitio.