Pasiones de rentrée

| 14 SEPTIEMBRE 2015 | ACTUALIZADO: 14 SEPTIEMBRE 2015 8:28

El articulismo costumbrista escribía sobre la rentrée igual que –con los primeros fríos- hablaba sobre las castañeras, se ponía lírico-nostálgico en Navidad y celebraba el triunfo de la primavera cuando abril canta ya por las terrazas. Quién sabe si la rentrée sigue siendo lo que era: al menos, ahora es antes de lo que era, más aún en el embudo irremediable del trimestre electoral. Volvió la política, volvió la liga, ya se disolvió aquel olor a socarrat que llegaba de las playas, el recuerdo de tantas tardes en que creímos en la pereza como una infinitud. Es el momento del desvanecimiento de los morenos más apetecibles, del regreso a los atascos, a la dispepsia del jefe, de pagar la visa y asistir a ese día en que –de pronto- los escaparates se llenan de jerseys. Espera un otoño maduro, saturado, desde los cantos de vendimia hasta el momento en que una lasca de trufa cae solemnemente sobre el plato.

Cierto estudio universitario indica que, al cabo de una semana de nuestra reincorporación, hacemos una cuenta amarga al cruzar las asperezas del “yo” laboral con las glorias del “yo” vacacional. Son los días en que ya hemos mostrado a todo el Facebook hasta qué punto se nos da bien fingir felicidad. Por suerte, otros estudios señalan que estamos mucho más predispuestos a encontrar la dicha en la norma –el trabajo- que en la excepción –las vacaciones-. Al final, habrá que pensar –como dijo Cernuda– que “materia y sentidos, como siempre, alivian”, porque con nuestra vuelta también vuelven el parón de la media mañana, el vino improvisado, las sonrisas de la chica de administración. Incluso esa ilusión tan humana de hacer las cosas bien.