La odisea de volver a las redacciones

En apenas cinco días, El Confidencial ha pasado de inaugurar un ambicioso plan de retorno de sus trabajadores a la redacción a suspenderlo ante la realidad de los contagios en MadridAhora las instalaciones permanecen abiertas para quien quiera utilizarlas de forma voluntaria. Esa fórmula y sus variantes emergen como solución temporal de compromiso para una nueva normalidad en el sector en la que la incertidumbre es la única constante.

Y es que en los demás aspectos no parece haber consensos claros entre los profesionales sobre qué es lo mejor o lo deseable en esta situación. Las circunstancias personales de cada uno justifican diferentes perspectivas sobre si el teletrabajo debe convertirse en un estándar laboral en la industria o solo ha sido una respuesta de emergencia condicionada a la evolución de la pandemia. Y el debate gira en torno a tres preguntas clave que determinan el futuro a corto y medio plazo de las redacciones como espacio habitual de trabajo para periodistas que llevan meses trabajando desde sus casas.

¿Es seguro?

En la web del Ministerio de Sanidad hay una guía de buenas prácticas en los centros de trabajo para evitar contagios por coronavirus cuya última revisión data del 11 de abril de 2020. Ese pliego se actualizó de cara al retorno progresivo de trabajadores no esenciales y ha sido posteriormente complementado por recomendaciones de cada comunidad autónoma, normalmente condicionadas por la incidencia en cada territorio. En general se resumen en distancia de seguridad, uso de mascarilla e higiene frecuente.

En el caso de los periodistas, que han formado parte del colectivo de trabajadores esenciales, lo más habitual ha sido el teletrabajo porque muchas redacciones han estado cerradas durante semanas. Esa no fue la situación en El Mundo, que la mantuvo siempre abierta y no registró ningún contagio entre los profesionales que acudían. Una de las posibles claves de este resultado es la sensibilidad interna para dispensar en la medida de lo posible del retorno a periodistas que tuvieran que usar transporte público para llegar a ella.

Una redactora de un medio económico describe así la preocupación de quienes sí han tenido que echar mano de él para un regreso que en su caso se produjo en julio: “No es que me sienta especialmente insegura, porque no es una actividad de riesgo, hay distancia de separación, geles… Pero estoy más segura en mi casa, sin coger transporte público (aunque he ido muy holgada y sin tocar nada) y sin estar a expensas de que todos los compañeros cumplan las normas”. Esta última inquietud es compartida por otros y resumida por un periodista de un medio regional en el riesgo que supone el “uso intermitente” de la mascarilla por parte de algunos de sus compañeros en gestos cotidianos como hablar por teléfono.

La eventual combinación de estos y otros factores explica los riesgos variables de contagio según se disponga o no de vehículo propio y también en función de la necesidad percibida de que las funciones se realicen de forma presencial. Es un escenario en el que se conjugan la ubicación de las redacciones, los lugares en los que viven los trabajadores, sus ingresos o su flexibilidad horaria según sus tareas y la posibilidad de escapar de horas punta de entrada o salida en las que sea difícil mantener la distancia de seguridad. Algo que resulta muy relevante para la siguiente cuestión del debate.

¿Es necesario?

En una reciente videoconferencia, Javier Moreno dijo a sus periodistas que “el debate intelectual se resiente en remoto” en El País, el diario que ahora dirige de nuevoLuis Enríquez, consejero delegado de Vocento, defendió en público por las mismas fechas que “en las redacciones se comparten ideas, se discute, se debate. En los departamentos de Marketing surgen ideas pensando en equipo”. Ambas declaraciones suponen una defensa de la vuelta a las instalaciones por motivos de productividad que en el caso de El País está aplazada sin fecha y en el de Vocento ha coincidido con la mudanza a su nueva sede en Madrid.

Periodistas de una y otra casa no lo tienen tan claro. Un redactor de ABC cree que “es una evidencia que lo del teletrabajo era una farsa, lo que gusta en los medios es el presencialismo”, mientras que otro de El País considera que el ambiente enriquecido de una redacción es importante, pero ahora mismo no se dan las circunstancias para crearlo ni beneficiarse de él. Para algunos de los profesionales consultados, la cultura presencial de los medios tiene mucho que ver con burocracia interna que el teletrabajo hace innecesaria y que promueve que cuadros medios sean los más interesados en una vuelta a la eventual nueva normalidad, que también beneficiaría a personas que no son especialmente productivas o necesarias pero que se manejan bien en las rutinas de las redacciones para aparentar lo contrario.

En todo caso, las posturas frente al teletrabajo son tan variadas como el contexto de la persona a la que se pregunte por él. Por un lado hay profesionales que están deseando regresar a los espacios de trabajo de siempre porque viven solos y necesitan regresar a rutinas de relaciones con sus compañeros de trabajo que les permiten socializar con una frecuencia que añoran; a otros les hace falta el cambio de escenario físico para separar bien su vida personal de la laboral, ya que sienten que la segunda invade la primera; y también se dan casos de personas que no pueden trabajar bien en casa por ausencia de espacio acondicionado y otras circunstancias.

Esto último explica por ejemplo que eldiario.es mantenga abierta su redacción para quien necesite usarla, ya que parte de sus periodistas son jóvenes y por tanto tienen más posibilidades de vivir en casas pequeñas o pisos compartidos en los que resulte difícil realizar su labor. Y también que durante el verano profesionales de medios regionales situados en lugares en los que ha hecho mucho calor hayan preferido volver en cuanto ha sido posible, para ahorrarse así el aire acondicionado en casa.

Al otro extremo del espectro están quienes atribuyen al teletrabajo mayor productividad porque evitan las distracciones que generan las redacciones, y que son consustanciales al concepto de oficina abierta que el coronavirus pone ahora en cuestión: ruido, interrupciones de otras personas, sensación de incomodidad por sentirse observado o escuchado, etc. Esas desventajas de por sí ya ponen en entredicho la serendipia creativa de la que hablaban Moreno y Enríquez, especialmente en un escenario en el que las conversaciones ahora se desarrollan en un marco de cierta rigidez y tensión por los protocolos sanitarios.

También son unos cuantos los que se felicitan por el ahorro de tiempo que les supone no tener que ir a trabajar a redacciones que a veces les quedan lejos y que en ocasiones requieren combinaciones de transporte público para quienes no tienen vehículo particular, ya sea porque no quieren o porque no pueden pagarlo. En el caso de Madrid esos viajes pueden extenderse hasta en una hora de ida y otra de vuelta, lo que supone que el tiempo realmente dedicado al trabajo por parte de esos profesionales se ha visto reducido sobre el papel en un 20% al quedarse en casa.

Pero lo que más se valora del teletrabajo entre los periodistas entrevistados para este artículo es sin duda la conciliación. Los padres de menores no autónomos afrontan un curso muy incierto en el que en cualquier momento pueden recibir la instrucción de ponerles en cuarentena y esa fórmula les permite en principio adaptarse mejor a las circunstancias. Con los abuelos descartados para evitar riesgos que puedan resultar fatales, los periodistas que teletrabajan pueden adaptar su actividad para llevar o recoger a sus hijos al colegio o darles de comer en ausencia de actividad de los comedores escolares. Y también evitan de este modo una posible cadena de contagio que vincule su vida personal y su vida laboral.

Sin embargo, aquí algunas madres levantan la mano. “Hay que hacer lo posible para que esa conciliación no se lleve a cabo a costa de nuestra visibilidad y nuestra capacidad de promocionar”, cuenta una periodista de un medio nacional con un hijo pequeño. Las dinámicas presenciales en una redacción son peculiares en ese aspecto y castigan tradicionalmente a las mujeres, que no suelen formar parte de las actividades sociales extra en las que a menudo se fraguan las relaciones que luego derivan en nombramientos. “No verás muchas mujeres en las cervezas de después de trabajar que surgen en algunas redacciones porque tienen que volver a casa para hacerse cargo de los niños”, explica. En general está por ver el funcionamiento de las promociones en un escenario de trabajo en remoto o mixto.

De hecho, algunos sospechan que acudir a la llamada de retorno de manera voluntaria o sin reticencias puede suponer una mejora de su imagen de cara a posibles ascensos o al menos no empeorarla para la coyuntura de eventuales despidos. Una redactora de prensa local cree que hace mejor su trabajo de manera presencial porque está vinculado a la última hora y permite mejor coordinación con sus compañeros, pero también reconoce que quiere estar ahí porque, de otro modo, “puedes no enterarte de lo que se cuece y hay que dejarse ver, sobre todo en tiempos de cambio”. En todo caso, una vez tomada esa decisión o recibida la instrucción de regreso hay que estar preparado para una experiencia con algunas molestias.

¿Es cómodo?

La perspectiva de pasar de trabajar con una cierta libertad en casa a hacerlo con mascarilla y limitaciones de movilidad en una redacción en la que hay que prestar especial atención a lo que se toca no agrada a todo el mundo. La mascarilla es obligatoria en todo momento y en algunos sitios permiten dejar de usarla siempre y cuando la distancia social sea suficiente. Y ahí ya depende del espacio original de la redacción y su capacidad para prescindir de puestos de trabajo, o de su reorganización temporal.

Sin embargo la mayor fuente de incomodidad llega a la hora de la comida. En diferentes empresas las cocinas han sido clausuradas o restringidas a acciones como calentar la comida para evitar posibilidades de contagios. Si se da la primera circunstancia, eso supone un gasto extra para el trabajador que hay que negociar con la empresa, en caso de que el convenio interno no lo contemple, y supeditado a tener una oferta viable alrededor. En el segundo caso se abre un abanico de molestias para evitar que la gente se reúna para comer, de modo que cada uno tenga que hacerlo en su puesto de trabajo, a falta de alternativa más adecuada, con lo que eso puede conllevar en cuanto a olores o higiene. En el mejor de los casos solo habrá un aforo limitado.

Para evitar esos problemas en algunas empresas se ha optado por la jornada intensiva, de forma que nadie tenga que quedarse a comer. Pero eso resulta problemático para algunos trabajadores, que quizás tengan que completar su jornada en casa porque su labor está vinculada a actividades de personas con un horario diferente. Precisamente una de las quejas recurrentes se basa en ir a trabajar de manera presencial para acabar colaborando en remoto con personas que no están ahí, con lo que en realidad la asistencia no aporta gran cosa.

Tampoco puede resultar cómodo el uso de los baños, en los que la higiene y el aforo lo condicionan todo. La propiedad de los edificios debe reforzar la limpieza y la reposición de suministros, igual que debe determinar si se podrán utilizar los ascensores o los periodistas tendrán que hacer uso de escaleras cuando sea posible. Algunos de los entrevistados para este artículo no han detectado un especial hincapié a la hora de limpiar las instalaciones.

Otro posible problema es el del aparcamiento. Algunas empresas tienen contratadas plazas a los propietarios de sus edificios que pueden resultar insuficientes para dar servicio a un número significativo de trabajadores que ahora tengan que optar por esa alternativa, especialmente si en los alrededores hay aparcamiento regulado o simplemente hay problemas para encontrar sitio relativamente cerca. Ante esa situación lo habitual está siendo negociar el alquiler de algunas más y algunos caseros incluso las ceden para mantener la actividad, sobre todo si tienen igualmente alquilados espacios a establecimientos hosteleros que necesitan el regreso de los periodistas para poder subsistir.