Anarquía y canícula

| 7 AGOSTO 2015 | ACTUALIZADO: 7 AGOSTO 2015 17:22

En Detroit edifican una estatua a Satanás y en Madrid la edificamos al calor, que es una forma de maldad más refinada, más impersonal y filosófica. En Madrid, a mediodía, suda hasta el asfalto. Pero no hay que dejarse confundir por el letargo aparente de la Corte: el verano respira por las noches, por los alveolos de este agosto farlopero y capitalino que siempre tiene los bajos comidos de after hours, o afteragüers. Ferraz es sólo un antro más de la noche canicular: uno en que a Pedro Sánchez le da por encender las luces de vez en cuando, para pillar a unos y otros con el pie cambiado. “Hey, Carmona: pim, pam, fuera”. Ostras, Pedrín. Le estás cogiendo el gusto a eso de tener al personal cogido por los fusibles.

Así que el bocadito periodístico nos lo ha servido la Federación Socialista Madrileña, redimiéndonos del verano de la no-noticia. Menos mal que hay lío jugosón, porque los presupuestos de Montoro se habían atragantado en las redacciones como un polvorón de Estepa, qué noticia más poco estival unos presupuestos. Por lo tanto nos quedaba la Pantoja y su subidón de triglicéridos, enésima treta dilatoria, o un milagro. El milagro, a Dios gracias, ha acontecido en forma de este Carmonagate que es el último fascículo de la erradicación del tomasismo.

Ofrecen a Carmona la blandura del escaño senatorial pero le quitan, ay, el micrófono; y eso, Carmona, sí que no. Y toca a rebato Carmona, de lo cual los observadores voyeurísticos de la cosa política nos congratulamos. Este desgobierno endémico viene a confirmarnos algo que ya sabíamos: que el PSOE es, al cabo, el partido que más fielmente refleja lo español. Pese a todas las veleidades locales; pese al mantra bobalicón del federalismo, ese quiste de pura nada que les ha salido a los sociatas en medio del discurso. Qué mejor muestra de españolismo que ese cultivo amoroso y entregado de la refriega intestina, de la anarquía en su estado más genuino, del coño de la Bernarda bajo sus mil advocaciones. Esto, la FSM lo ha elevado a la categoría de sainete y nos ofrece una democracia interna según su entendimiento particular, o sea, una marejadilla cotidiana de güelfos y gibelinos en la que no se salva ni el apuntador. Sánchez, día sí día también, interrumpe estos procesos de mitosis, de escisión y choque de facciones con su democrático y participativo dedazo, como un deus ex machina que deja el escenario sembrado de daños colaterales. Como daño colateral, Carmona nos cae simpático. O nos caía, antes de su campaña carnavalesca, una acelerada carrera de travestismo gremial que le llevaba a disfrazarse cada día de un caladero electoral distinto. Ahí quizás se pasó de listo: no es que no se deba tratar al votante como a un tonto, es que hay que dar con el grado justo de tontería. Si se queda uno corto, no “conecta”. Si se pasa, el votante se indigna de que le traten como lo que es. Carmona, que es un hombre listo, se zambulló en la tontería; Gabilondo, otro hombre listo, probó a hablar de Kant con las marujas de los mítines y a ponerse Tierno, con mayúscula, con su mirada azul y temblona de señora Doubtfire. Una mirada que tampoco le hubiera valido de nada frente a la yaya por antonomasia: Carmena le hubiera barrido sin contemplaciones, como ha hecho con Carmona. Pero en la Comunidad la hegemonía de la izquierda la ganó Gabilondo por incomparecencia, y eso le ha valido al catedrático para aprobar raspado.

Antonio Miguel, decíamos, nos caía bien. Algo en él le hacía inmune al cretinismo tomasístico. En esta columna, ya deberían saberlo, somos muy de la tercera vía, que es la vía de la sensatez, del sentido común y de los datos objetivos. Y nos daba la impresión, no sabemos si fundada, de que Carmona era un vial de pragmatismo para una izquierda instalada en el dogma, cómoda en la obviedad de denunciar los recortes, el belfo amojamado de Aznar o los collares de Carmen Polo, pero muy poco acostumbrada a proponer soluciones. Soluciones no ya atractivas o convincentes, sino meramente viables, sometiendo la dialéctica al aggiornamento de la realidad, que es el más saludable. Valls ya está en eso en Francia, Renzi ya está en eso en Italia. Más cerca, en casa Iglesias, a eso lo llamarán probablemente casta. Para nosotros, era un ejercicio de honestidad intelectual, aunque sólo respondiera al marketing. Esto era, en definitiva, Carmona. Un Madrid, de los varios posibles, que ya nunca será.