Ignacio Peyró: Financial Times, el primer “salmón”

| 5 ABRIL 2016 | ACTUALIZADO: 29 MARZO 2017 10:42

Quizá por ser “la biblia del hombre de bolsa”, el Financial Times se ha cuidado mucho de esconder la ironía de su pecado original: allá en el entorno de 1890, su fundador estuvo a punto de quebrarlo por deudas con la imprenta. Tanto tiempo después, posiblemente el FT no pase por ser el periódico más cálido y amable del mundo, pero a cambio pocos dudan de que sea un diario independiente. A quienes lo tachan de defensor de la City, se les podrá decir que siempre fue un diario proeuropeo. A quienes lo tachan de socialdemócrata, se les puede replicar con sus apoyos a la Thatcher. Y a quienes quieran leer en su paginado los intereses ocultos de la conspiración del capitalismo internacional, no estará de más recordarles su aval a políticos de izquierdas como Tony Blair e, incluso, Gordon Brown. A efectos más generales, de lo que se puede hablar es del mandarinato de Oxbridge que desde hace décadas se hizo un hueco en el periódico.

Causante de alegrías o disgustos, cada mañana el titular del FT es de esas cosas de importancia que ocurren en Europa. Quizá es que los diarios franceses escriben para Francia y los alemanes para Alemania, mientras que el FT, estilita de la insularidad, se lee en todo lo ancho del mismo continente al que le predica lo que ha de hacer. Para lograr esa influencia, además, el diario nunca ha necesitado tiradas millonarias.

Ya que hemos hablado de imprenta, habrá que recordar que hoy el FT se imprime a escala global, más allá de husos horarios, de Seúl a Madrid y de Dubai a Nueva York, con distintas ediciones. Aquel desliz económico fundacional fue el primero y el último: todavía en el siglo XIX, para diferenciarse de la competencia, el FT tuvo “el genio mercadotécnico” de imprimir en color salmón; en los setenta, ya quiso implantar un sistema computerizado en su redacción; y mucho antes de la criba de puestos de trabajo en prensa a comienzos del siglo XXI, el diario económico ya había puesto su casa en orden. Uno de sus últimos eslóganes –No FT… no comment- dio en proverbio, y justo en puertas de la crisis hallaron otro singularmente oportuno: we live in financial times.

«Causante de alegrías o disgustos, cada mañana el titular del FT es de esas cosas de importancia que ocurren en Europa».

Destinado al “honesto financiero” y al “broker respetable”, así como enemigo del “emprendedor sin principios” y el “operador de fortuna”, el Financial Times –quién sabe si por eso mismo- tuvo una carrera inicial con no pocos altibajos, es decir, con más bajos que altos. Junto al Financial News, formaba una pareja de diarios de difusión reducida, los dos únicos de información puramente económica, con la escasa amenidad de los listados de las cotizaciones, participantes de la prosperidad de aquel Londres del patrón oro y las acciones rampantes. El viejo FT era un “diario práctico para gente práctica”, bien llevado desde su compra por Lord Camrose, ese espejo de “justicia, firmeza e inspiración” que, sin embargo, no estuvo muy inspirado al venderle el periódico a su competencia directa. Era 1945, iba a venir el socialismo de Atlee y –según los temerosos responsables del diario-, el capitalismo se iba a terminar. A cambio, lo que llegó fue un director prodigioso, Gordon Newton.

La integración con el Financial News tuvo beneficios que se notan todavía: la columna Lex, por ejemplo, ante la que se postra toda rodilla, y cuya suficiencia y arrogancia, ay, están más que justificadas por su autoridad entre quienes manejan las mareas del dinero de este mundo. Más allá de su oscura etimología, Lex –un equipo, no una persona- ha sido catapulta para las más altas responsabilidades, desde luego en el periodismo, pero aún más en negocios de superior suculencia, como la banca, la gestión pública y, en definitiva, el poder. Un índice de la importancia de la Lex Column es que la leen incluso quienes dejaron de escribir en ella. El prestigio del diario no termina ahí: también tiene fama su crucigrama, abominablemente difícil, “esa cosa rosa, grande y dura” que nos saluda cada mañana, según los humoristas más salaces.

«Uno de sus últimos eslóganes –No FT… no comment- dio en proverbio, y justo en puertas de la crisis hallaron otro singularmente oportuno: we live in financial times».

En aplicación de la primera parte de su antiguo lema, “sin miedo y sin favoritismo”, el FT –acrónimo para los que entienden- sufrió como ningún otro medio de la salvaje conflictividad laboral de los primeros ochenta. Hubo años en que el diario estuvo semanas sin salir. En otras ocasiones, simplemente se perdían, al cabo de los meses, millones de ejemplares de las tiradas. Por supuesto, el tan poderoso como misterioso grupo Pearson –que ha tenido intereses en la educación y la banca privada o el petróleo- disponía de músculo financiero para conservarlo a salvo. Mejor así: si no, ¿dónde íbamos a leer a Christopher Caldwell?

Una de las publicaciones del actual Financial Times –ya desde los tiempos de Newton– se aleja con toda determinación del tono sobrio hasta la gravedad del resto del diario. Su nombre lo dice todo: es el How to spend it, autoproclamada revista de “placeres mundanos” y, en ocasiones, de un materialismo tan desbordado que sólo puede leerse con sordina, a riesgo de volver al “Osama, mátanos” por el triste sino de la corrupta civilización occidental. También hay páginas serias en el How to spend it, claro, como esos reportajes sobre las inquietudes existenciales de los nuevos millonarios rusos a la hora de rediseñar el interiorismo de su avión privado. Para eso, el How to spend it puede ser una gran ayuda: pensemos que, al irrumpir en la casa de Muanmar Gadafi, ese árbitro del buen gusto magrebí, lo primero que se vio fue un ejemplar de la revista “muy manoseado”.