Sebastián Cebrián: Justo Villafañe, el catedrático reputado que inventó la reputación, descansa en paz
Querido Justo, cuando hace tres años me incorporé a la consultora de estrategia que ideaste, hace casi un cuarto de siglo, y que lleva tu nombre, no era consciente del enorme aprendizaje que me traería tu descomunal bagaje y conocimiento.
Omnipresente por naturaleza, lo has sido todo a la vez: padre, marido, doctor en ciencias de la información; catedrático de comunicación audiovisual y publicidad de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de innumerables libros -todos tan necesarios y perennes como La buena reputación o la buena empresa-, o los dos últimos que has tenido la oportunidad de dirigir: el diccionario de la reputación y la Guía de la reputación, tu última dirección y que, a título póstumo, verá pronto la luz.
Se nos ha ido también el consultor, el empresario, el emprendedor, el profesor de reputación -término que siempre estará asociado a tu memoria-, al igual que el de -inventor -otro de los adjetivos inherentes a un ingenio y talento descomunal. El talento que has impregnado siempre en la “factoría” Villafañe, donde nacen y se inspiran decenas de metodologías que miden y permiten gestionar la reputación de centenares de empresas, en todo el espectro iberoamericano; o que se pelean por aparecer en el Monitor Empresarial de Reputación Corporativa -más conocido como Merco-, que tú creaste y que hoy es uno de los instrumentos de evaluación reputacional más importantes del mundo.
No quiero extenderme aquí y ahora en la figura del catedrático, del escritor o del profesor, porque otros te conocieron mucho mejor que yo en esas realidades, pero si quiero rendir homenaje a la persona que conocí profesionalmente. Ya sabes Justo que cuando hace 25 años asegurabas que la reputación podía y debía medirse, en un mundo de corte eminentemente financiero y con un propósito, visión y misión todavía por definir, muchos calificaron aquella afirmación de entelequia. Solo los años la han situado como una de las visiones más rotundas para las sociedades, los países, las empresas y las personas del siglo XXI. O se es reputado o no eres respetado, querido o elegido por tus grupos de interés y es que, Justo, eres el profesor reputado que inventó la reputación, o buena parte de su ciencia al menos.
Generoso en la entrega y en el esfuerzo, virtuoso de un trabajo sin mesura y siempre resolutivo, tu legado tiene también nombres y apellidos: la de decenas de consultores y directivos que se han formado en la consultora que creaste y que replican y agrandan lo aprendido con sus nuevas visiones. Sus nuevas ideas y el talento que siempre ha identificado a la gente que se ha formado y que ha trabajado o sigue trabajando en la “factoría”, auguran que el legado no corre peligro.
Siempre me arrancabas una sonrisa cuando hacías referencia a tu “pésima salud de hierro” y aunque te haya traído hasta aquí, nos ha sabido a muy poco Justo, porque eras una persona joven, porque merecías ver crecer a tu hija pequeña y a tu nieta, porque seguías inmerso en ideas e ilusiones y porque es injusto que el “descanso del guerrero” al que tú me hacías referencia, no hayas conseguido fraguarlo en una de las increíbles playas de esos países latinoamericanos que tanto amabas, donde viajabas con frecuencia y donde notabas el calor y cariño de la gente. Un reconocimiento expresado por los cientos de alumnos y profesionales que han aprendido de tu sabiduría, y de todas las empresas y directivos que han mejorado el mundo en el que vivimos gracias a que han asumido que la reputación no solo puede y debe medirse -como dijiste hace 25 años- sino que tiene que exigirse.
Doy fe de qué hasta el día de tu partida, que nos ha llegado con atropello y antes de lo imaginado, mantuviste la misma compostura, el mismo empaque, la misma respetabilidad. Este mismo mes de febrero participaste en un acto público en la CEOE, pese a tu delicada situación y demostrando una vez más tu carácter. Dejas una realidad enorme y un reconocimiento rotundo en todos tus alumnos, en tus pares académicos, en las empresas y directivos para los que trabajaste o no y, por supuesto, en tus competidores, y todo eso Justo, solo está al alcance de unos pocos elegidos. Descansa en paz amigo, descansa en paz catedrático de la reputación que nos deja un legado enorme, que debemos y vamos a preservar.