Gabriel González-Andrío: Talento y prejuicio

| 4 FEBRERO 2016 | ACTUALIZADO: 21 MARZO 2016 9:53

La crisis ha sacado a relucir talento que antes estaba oculto. Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y eso es lo que está pasando en nuestro país. Mientras unos han vivido del pelotazo, la subvención a dedo y el enchufismo, otros se han abierto camino gracias –única y exclusivamente- a su talento. No son muchos ni pocos, pero en su mayoría han decidido salir de España.

La salida no ha estado motivada sólo por la crisis, en absoluto. El problema es que poco a poco hemos convertido España en un país “pesebre” del que todos quieren beber. El problema es que este abrevadero ha sido literalmente tomado por los mediocres, una “casta” que no es la que denuncia Pablo Iglesias. Son personas que han suplido su mediocridad con ayudas en forma de subvenciones a cuenta de los impuestos pagados por todos.

La denuncia a productores y exhibidores que han manipulado las cifras de audiencia en las salas de cine es solo un botón de muestra. La realidad es que vivimos en un país donde se premia o penaliza según la etiqueta que a uno le pongan. De unos año aquí parece que el planeta español se divide entre “perroflautas”, los de “la ceja” y los “fascistas”. No cabe el talento no ideologizado ni politizado. No hay sitio.

«Mientras unos han vivido del pelotazo, la subvención a dedo y el enchufismo, otros se han abierto camino gracias –única y exclusivamente- a su talento».

Ahora espero que se entienda mejor que los que sí tienen talento hayan huido de nuestro mercado. Un lugar donde prima la adscripción ideológica antes que el talento. Somos así. Se nos llena la boca de palabros como “talento”, “diálogo” y “justicia”, pero luego ponemos la cruz o el veto al que no piense como “nosotros”.

Me da lástima que un país con tanto potencial siga dividido, incapaz de enterrar una Guerra Civil que ya nos separó y nos avergonzó lo suficiente. Algunos siguen empeñados en desenterrar a los muertos y fantasmas del pasado. Vivimos en un país polarizado y polarizante. Así es difícil que el talento se abra camino, imposible.

Me molesta esa manía que tenemos de encasillar y etiquetar a todos, en lugar de juzgar sus trabajos sin prejuicios ideológicos, con una mirada limpia, sin trata de primar a “los de mi cuerda”. A esto se le llama honestidad profesional.

Me temo que hasta que no superemos este planteamiento, la industria cultural española será mediocre. Porque mientras el mundo es global, con un mirada universal, nosotros seguimos con una actitud provinciana, donde el odio y el revanchismo parecen anteponerse al talento, la creatividad y la pluralidad.

Seamos honestos.