Ignacio Peyró Land Rover_opt

LAND ROVER

| 4 ENERO 2016 | ACTUALIZADO: 4 ENERO 2016 12:08

Una mala pedrada te dejó un faro tuerto,
y sobre tu capó han estercado las palomas.
Ahí estás, viejo Land Rover, ya varado junto
a latas de Ertoil y un tambor de lavadora.

Hay un óxido rojo sobre tu verde inglés, y entre
tus llantas crecen, clásicas, las flores amarillas.
Al acercarme he visto lo que era inevitable:
en tu bisagra herrumbrosa, un nido de avispas.

Importado y flamante, fuiste un día el orgullo
de un ingeniero allá en la campiña de Inglaterra,
tropa ligera para gobernar un Imperio
y, cordilleras adentro, ensanchar la tierra.

A tus mandos, vencedor, te fue fácil soñar
con la gloria de un Lawrence al llegar a la Meca,
pero nuestro regato iba a ser tu río Congo,
y por sabana ibas a tener nuestra dehesa.

Te contemplo aún de fábrica, con la placa
blanca. Comitiva de niños. Y esa pareja
de la Benemérita que te fue a dar el alto
con el solo propósito de verte más de cerca.

Como a una niña frágil en su noche de bodas,
Emilio el vaquero acariciaba el volante.
Buscaba la orilla de la pista, muy despacio,
para también muy despacio endulzarte los baches.

En primavera, campos gualdas y viento azul.
Al atravesar la cerca de la tremosilla,
junto a mi amigo Borja, posábamos creyendo
que esa novia de nuestros recreos nos veía.

¡Libertad antigua de los antiguos veranos
de niño, rojos de sol y rajas de sandía!
Un mastín canela sesteaba en el remolque
En sombra, con pacas de heno y sacos de purina.

Otoño adentro, al llegar los fríos de octubre,
regías las partidas de la caza y esas bíblicas
reuniones de pastores, recién quebrada el alba,
con fondo rústico de cigüeñas y encinas.

¡Qué cicatrices no abrían tus dentados Dunlop
por entre los caminos dormidos de la Mesta!
¡Qué empuje! ¡Qué terremoto el de tus cien caballos!
¡Qué garra la de tu reductora en las barreras!

Goliath bondadoso, apenas espantabas
infanterías de ovejas y vacas pastueñas,
pero en la mancha tu motor ponía el latido
cuando los ciervos buscan juntarse con las ciervas.

Un día ya no te vi. “Tenía muchos años
y era un trasto, bueno para nada”, me dijeron.
Vino otro coche. Luego otro, y otro más. Y ahí
nos vemos ahora: más viejo tú y yo más viejo.

Quién sabe ya dónde terminarán tus cilindros
tupidos, los músculos tan firmes de tu chapa.
Quizá achatarrados. O quizá en algún desguace,
algún polígono o alguna nave abandonada,

Donde una grúa te alzará por última vez,
y también por última vez girarán las ruedas
con las que en invierno te adentrabas en el barro
y en verano dejabas atrás la polvareda.

Así prefiero recordarte, viejo Land Rover.
Cuando yo era un niño, cuando era joven mi padre,
rumbo al río los dos, en cualquier tarde de agosto,
caballeros hacia el horizonte interminable.