Alfredo Urdaci: El auge de la retórica

| 25 NOVIEMBRE 2017

Durante años me he dedicado a la formación de portavoces. Un sistema educativo que descuida las competencias en comunicación nos ha dejado un campo amplio de trabajo.

Hay poca comunicación en los estudios universitarios, y quizá demasiadas facultades de comunicación. Y el mundo profesional, por el contrario, exige dominar las habilidades del discurso, la persuasión, la vieja retórica, con sus reglas, muchas de ellas  establecidas por el maestro Quintiliano de Calahorra.

Usted puede hacer  el ejercicio de leer al retórico latino mientras sigue la serie Breaking Bad, o House of cards, y verá cómo los grandes guionistas tienen a Quintiliano en su mesilla de noche y transitan por sus fueros.

Hace unos días tuve el honor de participar como jurado en la final nacional de debate que organiza la Fundación Cánovas del Castillo en Málaga. Ya es un clásico.

Cultivar la calidad del debate es un bien social, para la política, para la justicia, o para cualquier actividad profesional.

Participan equipos de jóvenes bien entrenados, y entre ellos suele brillar el aplomo y la precisión de algún estudiante, de derecho o de matemáticas, que comunica con seguridad y precisión ideas, argumentos y emociones. En la era digital, la retórica es una herramienta imprescindible. Cultivar la calidad del debate es un bien social, para la política, para la justicia, o para cualquier actividad profesional.

La retórica en España tuvo mala prensa: cosa de sofistas. Pero ahora vive un auge, alimentado en las universidades, y animado por los nuevos esquemas en el sistema de partidos.

Este renacimiento no es solo una cuestión juvenil. A sus 70 años, un gran presidente de una multinacional me llamó para que le introdujera en el arte de responder preguntas y hacer buenos discursos. Un día la lección giraba en torno a la entrevista, a la evidencia de que lo importante, más que la pregunta, siempre es la respuesta. Días después tuvo que afrontar a varias televisiones. Consiguió sentirse cómodo y se gustó en el resultado. Guardo todavía la tarjeta que me envió: “Con tus lecciones y mi aprendizaje llegaré a presidente del Gobierno”. Todo se aprende, incluso a ser presidente. No importa la edad.