Rubén ArranzRubén Arranz.

Rubén Arranz: “Los periodistas tenemos un ego con las exclusivas que a los lectores les da bastante igual”

| 9 ENERO 2023 | ACTUALIZADO: 24 MARZO 2023 14:56

El  sensacionalismo, la precariedad laboral o las presiones políticas y empresariales son algunas de las principales amenazas que sufre la reputación del periodismo y sobre las que pone el foco el periodista de Voz Pópuli, Rubén Arranz (Valladolid, 1985), en su libro Perro come perro (Círculo de Tiza). Es su primera novela de ficción con tintes de ensayo, donde predomina la crítica a reprochables prácticas en la profesión.

El protagonista de la trama, Alfredo, es un periodista desencantado, que recibe la noticia del suicidio de su mentor e influyente figura de la profesión. Un suceso lleno de incógnitas que el personaje intentará despejar acercándose a oscuros círculos de poder, en un escenario marcado por la corrupción y un juego de intereses

El autor de la novela explica a DIRCOMFIDENCIAL que “las leyes del silencio o el corporativismo gremial, que siempre se da en esta profesión, no ayudan en un momento en el que no estamos haciendo bien las cosas. Escuchas a gente por la calle decir que ha dejado de confiar en nosotros y creo que en buena parte está justificado. Estamos muy desprestigiados y desacreditados por varias razones”. 

El estruendoso ruido mediático es uno de los asuntos que denuncia Arranz. Lo ejemplifica con la cobertura del proceso para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. “Me pongo en la piel del ciudadano que ha visto toda la batalla, los titulares, editoriales, que han hablado de golpe de Estado,…y llega un momento en el que hay un acuerdo para nombrar a los vocales en una tarde, y se le da muchísima menos relevancia”, dice. 

La autocrítica es, para el autor, una de las asignaturas pendientes de los periodistas. Cree que “nos criticamos más de lo que parece entre nosotros, por razones de competencia y que tenemos un ego con las exclusivas que a los lectores les da bastante igual. Se actúa más por egos o competitividad mal entendida que por cumplir una labor social”. 

“¿Cuánto le hubieran pagado a Kapuściński por una crónica actualmente? Probablemente no hubiera podido sobrevivir fuera de la redacción».

Los mensajes que figuran en el libro chocan frontalmente con la romántica concepción del oficio divulgada por históricos periodistas. Sobre la frase de Gabriel García Márquez “el periodismo es el mejor oficio del mundo”, opina que “me ha parecido una tontería toda la vida”. En cuanto a la visión de Ryszard Kapuściński, firme defensor de los principios periodísticos, se pregunta “¿Cuánto le hubieran pagado a Kapuściński por una crónica actualmente? Probablemente no hubiera podido sobrevivir fuera de la redacción. O tienes una vocación que está bien pagada y aristocrática o ese romanticismo no tiene sentido. ¿Qué romanticismo hay en los periodistas que van a cubrir la guerra de Ucrania y se tienen que pagar sus propios chalecos? No le veo sentido”. 

Arranz acuña en el libro el término «casquería informativa» para referirse al clima que generan los programas, generalmente en directo, con un alto nivel de intensidad y velocidad en el formato, con tertulianos y que ofrecen varias emisiones en la misma pantalla. Considera que este tipo de espacios “lo exageran absolutamente todo. Es un paso más allá del sensacionalismo. Cuando Ferreras se refiere a una noticia de alcance, última hora, impacto, es algo que ya he visto horas antes en el Telediario de Televisión Española o en Radio 5”. 

Aunque la “casquería informativa” ha existido siempre, el autor considera que ha aumentado a medida que han proliferado los canales de información. “Tenemos una sobreabundancia de casquería. Los más mayores quizás estén más asustados con el mundo real, con salir a la calle, porque temen que les pueda pasar algo. Me parece triste”. 

«Seguimos generando estados de opinión»

El autor defiende en el libro que “los poderosos nunca pierden, y si lo hacen no es a consecuencia de la sagacidad de un periodista”. En la conversación precisa que “cuando un poderoso pierde es porque otro quiere que pierda, salvo que haya un periodista que sea tremendamente sagaz o tenga un golpe de suerte”. Casos como el Watergate o el de los papeles de Bárcenas, señala, no habrían trascendido “si una parte del poder no hubiera filtrado información a periodistas”. 

Al igual que frecuentemente se cuestiona la evolución de la credibilidad ciudadana en los medios de comunicación, el sector se pregunta si ha perdido influencia hasta tambalear su titularidad de “cuarto poder”. En opinión de Arranz,  “tenemos más importancia y peso del que parece. Lo que pasa es que ahora convivimos con otras corrientes de redes sociales, importantes también. Pero seguimos generando estados de opinión. Un ejemplo del poder que tenemos es que hasta la Radiotelevisión Española más deteriorada de la historia, los políticos se matan por controlarla”. 

Creerse justiciero es, como plasma el libro, el fallo más común de los periodistas con cierta reputación. El autor explica que muchos informadores sacan pecho resaltando “yo hice caer a tal ministro o provoqué que tal presidente compareciera para dar explicaciones sobre algo, cuando en realidad no somos policías ni tenemos la verdad absoluta”. 

La autocensura

Además de las presiones políticas y empresariales, Arranz se refiere a la autocensura de los propios medios “provocada principalmente por los anunciantes. Los medios a veces no dan informaciones porque necesitan cuadrar cuentas. Es triste, no me gusta, genera frustración, pero es así”.

Pese a las adversidades naturales o circunstanciales del oficio, el autor defiende que el periodismo “es una profesión bonita, porque conoces gente interesante e inteligente, que te enseñan y aprendes. Hay un cierto gustillo de ser cronista y contar lo que pasa”. 

Arranz recomienda a los futuros periodistas “que tengan buena información y capacidad de análisis y montarse un canal de Youtube o de Twitch», porque en su opinión, «hay mucho futuro en las plataformas”.