Soraya, Dancing Queen
Ya es otoño en El Corte Inglés, que es la corporación a la que los españoles hemos confiado nuestros ritmos circadianos. Un otoño de alta tensión política, si me disculpan el lugar común, que comienza con unos ladrones de cobre dejando a Barcelona sin trenes, aislada en su esquina del tablero. Ellos dirán que quienes nos hemos quedado aislados hemos sido nosotros, el restospaña, los que no tenemos sitio en ese coqueto tresillo con vistas a Wagner y al mar de los cruceros. Es igual. La cuestión es que, entretenidos como están en el mercadeo postelectoral, los fenicios del nacionalismo han dejado algo descuidado el fuego perpetuo de su agravio y se han olvidado de alimentarlo con los leños del titular, con lo bien que arden los incidentes ferroviarios. Y al restospaña nos invade, a veces, la impresión de que no podemos vivir sin nuestra némesis, y se nos cae un poco el país encima, como al recién divorciado se le cae encima la pensión.
Apenas hemos salido de la refriega catalana y ya tenemos por delante todo un otoño de campaña –eso de que la campaña electoral dura dos semanas es una de las mentiras más entrañables de la democracia: la campaña lo abarca todo porque es la propia acción política–. Para el PP se antoja especialmente cruda y melancólica. Hubo un tiempo, good old times, en que la vedette de la derecha era Norma Duval, un tren erótico que bajaba sin descarrilar la escalinata del prime time atravesando un oleaje de plumón. Pero que el papel de gogó lo haya asumido ahora Soraya ni siquiera es, figúrense, el más grave de los problemas del PP; peor es que el de candidato lo siga copando un tipo con menos carisma que una estatua del Museo de Cera. Según una encuesta de El País, en Valencia ya le ha comido la merienda Ciudadanos, con un acelerón macarra y cerrándoles la incorporación. Para que se fíe uno de los yernos modélicos: Albert, señora, es ese ladrón de la canción de Serrat con quien sueña su hija, etcétera. El rumor que corre por las redes dice que el alcance del desvalijamiento es, en realidad, nacional. Un rumor, claro, imposible de verificar; pero yo en esto me fío del indicador definitivo de la salud del PP, que son las señoras rubias del Barrio de Salamanca que ya votaban a Alianza Popular. Una de ellas me confesó el otro día, con los ojos culpables del adulterio, que Albert era “el voto útil” en este momento. En términos sociológicos, eso es para el PP como estar en la mina y que se muera el canario: ya te puedes ir dando por jodido.