Juan Mas: Évole victims, o el timo entre costuras

| 22 FEBRERO 2016 | ACTUALIZADO: 29 MARZO 2017 10:44

No sabemos quiénes serán los “Salvados” del programa de Évole, pero los condenados son siempre los mismos y suelen estar clarísimos desde el principio. La catequesis de este domingo se titulaba “Fashion Victims”, y su objetivo a batir eran las multinacionales textiles instaladas en Indochina. Quiere el capitalismo, según parece, extender su devastación hasta esas felices latitudes, y arrasar en nombre del afán de lucro la última Shangri-La. Jordi, bendito sea, nos avisó del desastre.

La globalización es uno de los demonios predilectos de la nueva izquierda (esa nueva izquierda que cuenta su edad en siglos ya), no por casualidad: se trata de un proceso de particular complejidad, y la complejidad es condición necesaria para que pueda operar la simplificación. Cuanto más intrincada y poliédrica sea una realidad más se presta a ser esquematizada; cuanto más ardua y esquiva, más apetecemos de una adaptación para dummies. Es como esas versiones extractadas que permiten al lector ramplón fardar de haberse trasegado el Quijote. Si, además, nos la sirven con un chorrito de emotividad, y nos confirma en la fe política, no cabe pedir más. Esto desemboca en un país repleto de paisanos que saben explicar de oídas la crisis subprime, los entresijos de las finanzas públicas griegas y hasta el bosón de Higgs, si se tercia. Y no dando ni una, claro. Es la warholización, de Warhol, de la realidad; su reducción a un pastiche de colores y eslóganes espetables, de espetar.

Sin embargo, y a pesar del probado manejo de Évole es esto de la warholización, la tramoya de la realidad asomaba con tozudez en algunos de los momentos más involuntariamente iluminadores del programa. Destapando incongruencias que quizás volaron bajo el radar ideológico de la casa, pero que no pasaron desapercibidas al espectador avisado. Como cuando el presentador puso ante la costurera camboyana el dato de que cinco, tan sólo cinco de aquellas camisetas que cosía por miles, valían más que su sueldo mensual. “Pues que los españoles compren muchas camisetas: así tendremos más trabajo y mejores sueldos”, repuso ella. Una respuesta cuya impecable lógica neocón no acababa de encajar en el guion. O cuando se entrevistó a una empresaria “concienciada” del sector, que se proponía como modelo ético, y cuya ¿solución? para “mejorar” las condiciones de trabajo en los países subdesarrollados era, desde luego, infalible: trasladar su producción a Galicia. Se hizo machacón hincapié en los ciento cincuenta dólares que ganan los operarios de los talleres, y no en el tazón de arroz que ganaban cuando no había talleres. Tampoco en el sueldo, cada vez más cercano al occidental, que ganarán, a medida que aumente la demanda de mano de obra. Algo que sucederá mientras su mano de obra siga siendo competitiva. ¿Y el día en que deje de serlo?, preguntarán los críticos. No creo que sea muy trágico: probablemente signifique que han ingresado en el Primer Mundo.

Pero, incongruencias y omisiones aparte, el de ayer fue otro capítulo de comunicación ideológica eficaz. Se habían desplazado al sitio, habían entrevistado a afectados: la impresión era totalmente factual, como suele ser marca del autor. Évole puede ponerse otra muesca en el cinturón. Aunque en Camboya no tengan, desde luego, ningún favor que agradecerle.