Fotografía de Bernard Plossu.

Acción de gracias

| 14 JULIO 2015 | ACTUALIZADO: 15 JULIO 2015 13:43

Gracias sean dadas a Dios por el placer de la memoria, por los fracasos y triunfos que no importan, por cierto sentido masculino del fair play. Gracias te sean dadas por los peluqueros socráticos y los barmen comprensivos, por esas chaquetas en las que nos sentimos como en casa y los restaurantes que no aspiran a la estrella michelín.

Gracias a Dios por las Memorias de Ultratumba, por los paisajes de clásicas encinas, por la mecánica delicada que rige el soneto y el paraguas. Gracias por los Tondonias viejos y el chablis de Dauvissat, por el ibuprofeno y la anestesia, por las dependientas que aún sonríen, por los viejos grabados de pájaros y esas casas empapeladas en toile de Jouy.

Gracias, Dios mío, por la arquitectura dieciochesca, las pescaderías pijas, los libros de Mario Praz, el nudo de corbata a la primera, los nombres de los puros (Partagás y nada más) y la catedral de Chartres como un milagro puesto en pie. Gracias por Bel y compañía, por el pintor Rosales, por el tiempo que añeja el armagnac, las cajas de Cornell, las fotos de Plossu y aquellas tardes en La Habana hacia el año 2006.

Gratias agimus tibi por las chicas que no hacen ascos al vino, por la poesía antes de acostarse, por el silencio habitable de la mañana de los sábados y por esas siestas que no parecen terminar. Gracias, Señor, por la oratoria parlamentaria, por el bendito gesto que acuñó el dry martini, por los amigos de siempre, los versos de Garcilaso y el azul con que nos llaman todas las piscinas del verano.