Madrid triste

| 26 OCTUBRE 2015 | ACTUALIZADO: 26 OCTUBRE 2015 9:35

MADRIGAL, 1.

Tus ojos son grandes,

mi amor.

Como llantas de tractor.

HAPPY HOUR. Ponte guapa, alma mía, que esta noche salimos a cenar: aféitate bien, deja ya de leer a Schopenhauer, échate la colonia esa que apesta a nectarina, ríe, sonríe, recibe todo como un don, ponte la camisa de triunfar y sácales un poco de brillo a los zapatos. Alma mía, este frío y estas luces son el mediodía de tu vida, los años breves, coronados de pámpanos; tus mejores tardes y tus mejores páginas. Ríe, sonríe; no te preguntes por quién mezclan los gin-tonics: es por ti.

MADRID TRISTE. En la noche de Madrid las luces son amarillas como un crimen, y hay zapaterías en Conde Peñalver donde venden Nórdika’s, y parques junto a la M30 donde los hijos de la clase media juegan a los porros, y todo el mundo lleva un sobre de radiografías como si llevara la muerte bajo el brazo, y hay una pareja que se besa en un patio de Moratalaz donde los niños martirizan a los gatos, y hay comerciales de Valeo de copas en un club de la N-V, y hay ancianas con juanetes, y un vacío inexplicable en la tienda de Vuitton, y adolescentes que lloran por sus granos, y hay bares de divorciados, y madres enfermas, y una niña que vuelve del colegio para encontrar el cadáver de su hámster, y barrios enteros en los que huele a coliflor y sólo amanece por joder.

BIOGRAFÍA BREVE.

Desde la ventana,

me asomo al Retiro:

escucho las risas

de cuando era niño.

LA POLÍTICA Y LOS BARES. En la academia de Platón nadie podía entrar sin saber geometría y en aquel bar de don Ramón de la Cruz nadie podía entrar sin bajarse una botella de whisky cada noche. De ese bar de bebedores sólidos habla Julio Feo –creo- en sus memorias. El tiempo cerró el bar y la clientela se dispersó por las pocas barras del barrio de Salamanca, cabeceando igual que barcos ebrios. Los que no están enterrados o entubados aparecen como una estantigua aquí y allá, en Embassy, en el bar del Velázquez, diezmados, casi extintos, raza perseguida desde que también cerraron Balmoral. Les gusta la conspiración y les atrae el secreteo. Uno llega al bar, pone el oído y de pronto alguien suelta: ‘lo sé de buena fuente. Aznar vuelve’.

LOS MUERTOS. Lo que menos se muere de los muertos es su voz.

CHAT.

– El otro día leí que no debemos abrir el alma a inteligencias inferiores.

– Deja de leer gilipolleces.

QUE VUELVA EL BOOTH. En los restaurantes, el booth era ese banco corrido contra la pared o en un pequeño islote central. En otros tiempos, los comensales se sentaban juntos y nunca frente a frente. En Francia, era la manera tradicional de comer en los bistrós; en Estados Unidos, es algo que sigue en todas partes. En Madrid tiene booth el Ritz y lo tenía Jockey. Esto último tal vez ya diga algo. Sentarse a comer en el booth favorece la comunicación humana por cercanía corporal y las sutilezas de la mirada oblicua por oposición a escrutarse frente a frente como lobos. Uno se sienta frente a frente, mira a los ojos, busca la mano y -naturalmente- tira el vino.

MADRIGAL, 2.

Tus piernas,

qué largas son.

Me llegan al corazón.

EL OTOÑO SOCIAL. En el otoño social hemos encontrado a un ingeniero nipobrasileño, a una stripper conversa, a un catedrático de edafología, a un tipo que lleva su apellido como si fuera una joroba, a una optometrista voluptuosa, a un funcionario adicto a los cosméticos, al director de una obscura caja de ahorros de provincias, mucha niña sola pero ninguna mona, al embajador de un país del este, a la mujer de alguien que es algo en el PSOE, a un profesor de marketing emocional, a activistas demasiado parecidos entre sí, a un hombre que vende champán y se llama a sí mismo ‘champanero mayor del reino’ y supone que todo el mundo es cocainómano, a un periodista abstemio, a un barman chileno que dirige teatro expresionista, a un señor que manda emails diciendo si tienes o no tienes un tumor, a tanta gente que, en definitiva, le hace sentir a uno muy normal.

ESCRIBIR. Tras firmar la Biblia y encarnar el Verbo, es difícil no pensar que Dios dignificó para siempre el oficio de escritor.

MADRIGAL, 3.

Tu vientre es

un montoncito de trigo…

con ombligo.