
Mauricio Fernández: De periodistas a voceros, la crisis de la profesión ganada a pulso
En los últimos años la preocupación no deja de crecer en la prensa ante la crisis galopante que sufren los medios de comunicación desde hace más de una década y especialmente los propios periodistas.
Cada reunión de compañeros acaba siendo una retahíla de lamentos, quejas y malos augurios sobre el futuro que espera a los “obreros de la información”, ante un contexto cada vez más complejo y no ya tan solo por la competencia abusiva de los gigantes del ámbito digital, sino, y especialmente, por la labor de desgaste y control que ejerce el poder público sobre periodistas y medios de comunicación en general.
Sería absurdo extendernos en algo que todos sabemos y hemos comentado reiteradamente: al dominio casi absoluto del oligopolio 2.0 se le une la pujanza del marketing de influencia y ahora la presión/sometimiento a la publicidad institucional como medio de presión de editores y periodistas.
Ahí están los datos. El Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado un ambicioso plan de publicidad institucional para este año que marca un punto de inflexión en el gasto gubernamental en comunicación y convierte a “papá Estado” en el principal anunciante del país.
Las cifras son mareantes: Una inversión total de 161,2 millones de euros destinados a 146 campañas, en lo que ya es el mayor desembolso en publicidad institucional desde hace casi dos décadas, con una inversión acumulada total de más de 700 millones.
El contexto político de esta decisión es más que evidente y el plan solamente refleja la importancia que como herramienta política tiene la publicidad o la comunicación planificada. Y no hablamos solamente de transmitir mensajes, información y narrativas institucionales a diversos sectores de la sociedad española, que sería lógico y más que asumible, sino como control de los propios medios y por ende de los periodistas que trabajan para ellos.
Y desgraciadamente, y cada uno en la medida de sus posibilidades y recursos económicos, también emplean la misma estrategia las administraciones autonómicas y locales que aprietan lo suyo a través del gasto en publicidad en “medios amigos”.
Es una manera de control no precisamente muy sutil que se vale de la crisis endémica que atraviesan los medios desde hace muchísimos años. Un sector que no ha sabido adaptarse a los tiempos, que como industria es una ruina y que malvive en base de las “ayudas” institucionales instrumentadas de mil formas diferentes.
«Es una manera de control no precisamente muy sutil que se vale de la crisis endémica que atraviesan los medios desde hace muchísimos años».
Y en el medio de esta situación, nos situamos los periodistas que vemos cómo hemos perdido poco a poco nuestro sagrado deber de informar veraz, objetiva, ética e imparcialmente.
Por si a alguien se le ha olvidado, la función principal del periodismo es informar a la sociedad sobre los acontecimientos más importantes, y de esta manera contribuir a la formación de una opinión pública crítica y bien informada. Una definición y una práctica casi de otros tiempos excepto honradas excepciones que todavía dignifican nuestra profesión.
Hemos normalizado que cualquier lector, escuchante o espectador de un diario, web, programa o informativo ya sepa qué va a leer o escuchar o, si lo preferimos, “de qué pie cojea” el medio o el periodista que lo cuenta.
En los últimos años, el sectarismo o entreguismo absoluto a las fuentes ha hecho que toda la sociedad considere a los profesionales como meros intermediarios o portavoces de su “amado partido” y “admirados líderes políticos”, y no como profesionales que se dedican a analizar la actualidad o temática concreta para contar la realidad y aportar valor a la audiencia. Nuestra capacidad de crítica ha desaparecido y asumimos con una lealtad casi borreguil los argumentarios políticos correspondientes.
Desgraciadamente, los periodistas cada vez más somos vistos como muy previsibles en nuestra opinión/sesgo y los más críticos afirman que somos meros correveidiles de los argumentarios que se envían desde cada bando por whatsapp.
«Equipo de opinión sincronizada«
Esa falta de independencia, hasta convertirlo en una militancia ciega, es tan exagerada y coordinada de forma coral en el caso de los progubernamentales que son conocidos con el merecido sobrenombre de “el equipo de opinión sincronizada”.
Un equipo que funciona como un verdadero ejército de desinformación que ha perdido cualquier capacidad crítica de ejercer el oficio del periodismo. Es lastimoso ver cómo por cuatro duros que pagan en las tertulias se emplean con una contundencia digna de admirar, pero muy triste de comprender. Los partidos políticos ya no necesitan portavoces, pueden prescindir tranquilamente de ellos, porque los periodistas les hemos cogido el testigo.
«Los partidos políticos ya no necesitan portavoces, pueden prescindir tranquilamente de ellos, porque los periodistas les hemos cogido el testigo».
Y sería gracioso si no fuera porque es una muestra más del acelerado desprestigio de nuestra profesión. Y precisamente cuando se supone que nuestra imparcialidad y honestidad, junto con la formación y compromiso con la verdad y la audiencia, es lo que nos distingue de los creadores y propagadores de las recurrentes fake news tan de moda en estos tiempos.
Si nos convertimos en correas de transmisión de otros, la profesión se autoinflige tanto daño como el que nos causan otros agentes externos. Y una vez que se pierden la credibilidad y la reputación es muy difícil recuperarlas.
Como muy bien decía Gabriel García Márquez, el “periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida”.